Hoy el atardecer tenía un color diferente. Estaba mirando tele embobada, salí al balcón a cerrar la reja para que no me entre el chiflete y me quede detenida mirando el cielo y oliendo el aire, escuchando una tranquilidad un poco extraña para la hora que era y lo céntrica que es mi calle. Me quedé unos minutos mirando y oliendo, como si derrepente no conociera la vista que tengo en mi balcón desde siempre. Acá jugaba al juego de la gorda con mi hermana, patinaba con los patines oxidados de cuatro ruedas agarrándome de las paredes para no caerme y me hacía la jardinerita cuando regaba las plantas y les hablaba una vez por mes o cuando me acordaba.
Ví que había una torre altísima que tenía una luz roja titilando en la punta, y a unos metros de ella noté que había otra parecida. Me pregunté para qué era esa luz y me imaginé que es un sistema de comunicación de algún tipo. Flashié. Me olvidé que estaba desabrigada y tenía mucho frío, pero me quedé unos segundos más pensando que mi hermana estaba en alguna parte de ese cielo volando hacia otro lugar que no conozco y que debe ser muy distinto a este balcón, en donde vivo desde que nací. Era todo tan gigante que me dio vértigo, me dieron ganas de tirarme y de agarrar esos edificios con la mano, subirme a la punta de la torre para ver la luz roja de cerca...qué se yo.
Cuando reaccioné del autismo entré de nuevo a casa como un oso en la cueva y volví a la comodidad: estufa, tele, gata, chocolate y persianas bajas.
Una cantidad limitada de anécdotas
Hace 7 años
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